Literatura

REMINISCENCIAS DE NEIBA EN PRIMERA PERSONA

Por Servio Peña

Estado anímico

«¿No será, che, que para ciertos niveles todo lo que no es inmediatamente claro es culpablemente oscuro?»

Julio Cortázar, Un tal Lucas

          Por efecto, quizá, de que cuando se escribe se «piensa más en uno mismo que en el lector», como opinara Vargas Llosa, probablemente la mención de escritores célebres que se hace en este artículo de menos de dos cuartillas pudiera presentar al firmante como un jactancioso ante cualquier inadvertido. Mas creo, conteste con críticos literarios modernos, que todo escrito es en realidad un palimpsesto, porque, como afirma el italiano del mundo Umberto Eco en su celebrado ensayo Lector in fabula. La cooperación interpretativa en el texto narrativo, «Un texto, tal como aparece en su superficie (o manifestación) lingüística, representa una cadena de artificios expresivos que el destinatario debe actualizar».

          Ya lo dije en La peña de la Sanidad, manoseé alguna obra de los autores que suelo citar en mis «reminiscencias» durante la primera mitad de la década de los setenta del siglo XX en la biblioteca pública de Neiba que dirigía Manuel Enrique González Méndez. Sin embargo, mi primer libro «de verdad» fue el poema lírico Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, leído un poco antes que aquellos casi de forma obligatoria y simultáneamente con las fábulas de Samaniego y los llamados Cuentos de hadas famosos, cuyos autores aún desconozco; también El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, que releo con agrado sin entenderlo plenamente; y ediciones para adolescentes de las obras de Julio Verne y otras similares puestas a mi alcance por mi nunca bien llorada tía Onelia.

          Un buen día del primer lustro de esos formidables años 70 tropecé con Reminiscencias y evocaciones, de Enrique Apolinar Henríquez (don Quiquí), quedando fascinado por el juramento que le sirve de introito y que guardo en la memoria como si hubiera sido yo quien se lo dictara: «Bajo el palio de don Francisco de Quevedo y Villegas, protesto que todo lo he escrito con pureza de ánimo para que aproveche…; y si alguno lo entendiera de otra manera tenga culpa su malicia y no mi intención».

          Desde entonces me propuse recrear episodios vividos y situaciones sabidas por vía de terceros, acción que pospuse hasta arribar a la edad «normal» para tener nietos, como es el caso. Y los redacto siempre, al menos en cuanto a los propósitos, pretendiendo emular a don Quiquí; unas veces, como el personaje de Dostoievski, simplemente por «la necesidad ineludible de contar»; otras, «por una incoercible necesidad de expresión», como le fuera preciso dar por sentado cierta vez a don Federico Henríquez Gratereaux; pero jamás para dañar o burlarme de los demás, ¡líbreme Dios!

          El común de quienes se atreven a exponer sus inquietudes ante la sociedad espera de esta una expresión de solidaridad, no tengo dudas, es propio de la condición humana. No obstante, como Mark Twain, estoy seguro de que esa manifestación nunca llegará de «gente pequeña», que solamente la ofrecerán los «verdaderamente grandes», los libres de egoísmos estériles, los que celebran el éxito alcanzado con esfuerzo por sus semejantes, los que con su humildad son capaces de hacerles sentir a aquellos que pueden llegar a ser como estos.

          «Cuando yo escribo –contestó Borges al entrevistador español Soler Serrano— lo hago urgido de una necesidad. Yo no pienso en un público selecto o en un público de multitudes. Pienso en expresar lo que yo quiero decir y trato de hacerlo del modo más sencillo posible».

          En las redes sociales circula la expresión de Jean Paul Sartre «Cada palabra tiene consecuencias. Cada silencio, también», de la que pueden extraerse diferentes lecturas. En el Antiguo Testamento, Libro de los Proverbios, encontramos este, que ha recibido la aprobación, incluso, de los autoproclamados ateos: «Hasta el necio pasa por sabio e inteligente cuando se calla y guarda silencio». El uruguayo universal Eduardo Galeano aseguró que «Solo los tontos creen que el silencio es un vacío. No está vacío nunca. Y a veces la mejor manera de comunicarse es callando».

          Hace apenas unos días murió Eva, mi madre. Hoy, como nuestro Poeta Nacional don Pedro Mir, «no quiero más que paz» y, con la venia de Rafael Sánchez Ferlosio, tocar para ella la flauta de Alfanhuí.

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