Arte y espectáculosLiteratura

Las Odaliscas y el Pelotero.

Por: Amalia Perez Mejía

Cuando voltee la mirada me encandila una inmensa medalla que brillaba en el pecho de un hombre negro, me cubrí los ojos con ambas manos, y lentamente fui recobrando la lucidez y fijando la mirada desde otro ángulo para que ese brillo no volviera a lastimar mi vista.

Cuando pude mirar bien’, me di cuenta que se trataba de algún famoso por la posición y las compañías que le rodeaban como si fueras un “Idi Dadá” en tierras dominicana, a su rededor seis hombres vestidos de blanco a ambos lados de la mesa y al lado muy cerquita suyo, cuatro mujeres vestidas también de blanco, a las féminas se les destacaban varios tatuajes coloridos, haciendo juego con sus anchas caderas, sus pompis diseñadas al estilo “Beyonce”, una larga cola rubia voluminosa y ajena; y en cada palabra murmurada era notorio el movimiento o parpadeo en sus largas pestañas curveadas con dobles capas de rímel.

Un verdadero espectáculo de la dinastía Ugandés, con la diferencia de que el único negro en la mesa rectangular correspondía al famoso pelotero posicionado en el pabellón de la fama del Boston Red, tres veces campeón de la serie mundial. Siendo el MVP de la misma, diez veces seleccionado para el juego de estrella y líder de carreras impulsadas en la liga americana, una verdadera leyenda del béisbol mundial.

Las chicas con sonrisas «amuecadas» hacían girar sus labios como una danza de “belly dance”, caen sus labios inferiores al mismo tiempo, creo que tenía al frente un parto cuatrillizo, con todo tan sincronizado que delataba al cirujano que había hecho la plástica en tan esculturales y voluminosos cuerpos.

Me acerque a «descuidadita» para poder mirar más de cerca aquel espectáculo y comprobar que la figura que adornaba el centro de la mesa era el pelotero sobreviviente del atentado y se me erizo la piel, recordé que ese caso aún no estaba saldado y en cualquier momento podía venir la venganza. De un solo golpe como siguiendo el protocolo de vestimenta, todos voltearon el rostro hacia mí de manera brusca. Entonces si comprendí que era tiempo de alejarme y rápidamente me aleje de aquel lugar tres metros, pero no quería perder la oportunidad de palpar ese encuentro tan irreal, tan desolado, parecía una película de aquellas que hacen Raymond y Miguel, ustedes saben, no muy taquilleras.

No pude comprender el escenario de tanta plasticidad, donde nadie disfrutaba la belleza del lugar, todas las miradas puestas sobre el pelotero, mientras las olas se elevaban tan cerca de las mesas con un impresionante color azul y las gaviotas formando rítmicas figuras geométricas volando a ras de la tierra. Pero ellas lo miraban a él y él miraba a la nada, de vez en cuando volvía a ver si alguien le observaba, me hubiese gustado acercarme y preguntarle qué sentía ante esa endiosada postura, luego pensé que no tenía caso.

Nadie de la mesa cantaba al ritmo de la bachata de Luis segura, ni tampoco se pararon a bailar, de vez en cuando el pelotero sacudía con sus manos el cuello de su camisa de florecitas azules, como espantando una mosca que era la única osada que se acerca a aquellos gregarios de musas y guardianes, es muy difícil entender que pasa por esos cerebros.

De repente el hombre se pone de pie para ir al baño, mira ambos lados de sus cuadriles y comienza a caminar hacia el frente, lo vi subiendo la escalera sin estilo, un bribón que cumplía claramente aquella famosa frase proverbial “el hábito no hace el monje”. Nunca había estado al lado de una celebridad con estas características, pensé que no hacía ninguna necesidad fisiológica, que no tenía culo.

Pero hasta para “cagar” se necesita una pizca de humildad, pensé y volví a meterme a la playa para disfrutar del atardecer y las subidas y bajadas del denso mar azul, entonces olvidé el reinado de la mesa rectangular.

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