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No basta con la Suerte, se Necesita Carácter y Prudencia

Por: Amalia Perez Mejía

El día estaba muy nublado, aleteaban los cuervos por la ventana como presagiando un acontecimiento trágico, nada parecía importarle a Luis Miguel que tenía apenas tres meses de salir de la cárcel, dicen que estuvo preso por un hecho que no cometió. Fue acusado por la madre de una joven de trece años de abuso sexual.
El joven continuó su vida normal, caminaba las calles como otro cualquiera, solo que esta vez más provocador y dispuesto a demostrar que no había abusado de la muchacha, que se amaban mutuamente. Estaba convencido que el amor que sentían ambos era más fuerte que todo lo que había ocurrido y estaba dispuesto a resarcir el daño con su reconquista.
Rondaba la casa de la niña sin importar las amenazas del padrastro que le había dicho en varias ocasiones que se alejara de la joven para evitar una desgracia. Sin embargo, él continuaba buscándola, Jamás pensó que las amenazas del padrastro un día se iban a materializar.
Ese día nublado, Luis Miguel se asomó a la ventana de una hoja que daba a un camino recto que se perdía en unos matorrales, sacó su cepillo dental y comenzó a lavarse los dientes mirando la distancia, realmente era un día raro, pensó. “Estos malditos cuervos tan temprano”, dijo en voz alta.

La abuela, una anciana de más de ochenta años abrió la puerta con tan solo entrar sus dedos y desatar un cordón atado a un clavo que cerraba la puerta y le dijo: hijo porque te levantaste tan temprano hoy”, él le contestó como siempre con un tono grosero, “no ves que voy a trabajar”. La señora se sentó en el borde de la cama y le pasó una taza de café humeante, casi le imploraba que no saliera de la casa.

El muchacho en su habitual tono repulsivo le grita “Ya vienes tu azararme”, ¿qué es lo que quieres? La señora agarra sus manos y le implora de nuevo que no se vaya, que el día está anunciando una desgracia, pero el joven no obtemperar a la súplica de la abuela y se tira una camiseta blanca sobre el hombro y sale sin tomar un sorbito del café. La señora se para en la puerta y ve alejarse su nieto con la certeza de que nunca más lo verá regresar.
Él se detiene en el camino, mira el panorama, ve como siguen los cuervos rondando su cabeza, observa las gotas de roció como caen formando gigantes lágrimas al caer sobre las piedras, baja la cabeza como si no tuviera otra cosa más que observar el teatro de la tragedia, sabía que era un día peligroso y que su abuela presagiaba algo grande para su vida.
Sentía una enredadera ceñirse sobre su cuerpo, vio venir los cuervos y clavar sus garras sobre su garganta, pensó en Verónica, la niña por la que había estado tres años en la cárcel, recordó el momento que no era abuso según él. Cerró los ojos con fuerzas y vio como colocaba su rostro entre sus piernas y se deleitaba en el recuerdo de lo prohibido ante una niña amodorrada y con miedo.
El recuerdo no logró espantar los cuervos que le robaban el momento de quimeras, los árboles misteriosos se oscurecían cada vez más, levantó la mirada al cielo y cruzó las hojas que impedían ver la nubosidad y clamo al Dios en el que nunca había creído que se apiadara de su alma. Por primera vez quiso hacerle caso a su abuela y emprendió el regreso a la humilde casita de tablas de palmas sin pintar, con varios huecos porque nunca se preocupó en clavar las tablas que iba tumbando la brisa.
Caminó varios pasos rumbo a su casa, pero su resolución y desprecio por la vida lo hizo devolverse, siguió su camino decidido, agarró el mango de su cuchillo y lo puso más cerca de sus manos en la cintura y continuó la marcha, pensó en su niñez corriendo desnudo en el bosque, sin que nadie se preocupara por su regreso, entonces comprendió que esta vez era igual, nadie lo seguía esperando.

Llegó a su destino, la señora que le había contratado para abrir una zanja le entregó la pala e inmediatamente comenzó a sacar tierra, continuaba el perturbador presentimiento de despedida, en cada pala de tierra veía su imagen boca arriba cubriéndose de la arcilla mojada, el sudor brotaba a borbotones de su frente, pero en ningún momento levantó la cabeza para limpiar su sudor.
Escucho el ruido de un motor acercándose y cuando levantó la cabeza pudo ver un rostro descompuesto, pero conocido apuntándole directamente al pecho con un revólver calibre 38, lo conocía muy bien, podía distinguir los diferentes tipos de armas, de repente vio como salía un corcho color oscuro del cañón que iba directo a su pecho, no escucho ningún sonido y sabía que si daba un giro podía esquivar la bala, pero se quedó quieto y después de la primera una sucesión más de balas dejaron su cuerpo inerte dentro de la misma zanja que había cavado.

Ese día todo estuvo claro, la suerte no fue suficiente, le faltaba el carácter y la prudencia para enfrentar los días después de su salida de prisión.
Nunca se supo si la niña lloró, el cortejo fúnebre solo iba acompañado por su abuelo, se equivocó, ella siempre lo esperaba.

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