Medio Siglo Resonando en la Memoria
Por: Amalia Perez Mejia
Entre a la habitación poco iluminada con el corazón entrecogido de tristeza, no sabía qué hacer, deseaba abrazarlo, pero tenía miedo de lastimarlo o despertarlo y simplemente me quedé mirando cómo se entregaba a su destino.
De repente abrió los ojos y nos encontramos la mirada, quiso decirme algo, pero no le salía la voz y dejó caer el cabeza resignado a su peor suerte. Ningún otro órgano del cuerpo podía mover, se lo que sentía, se lo que pasaba por su mente en ese momento, ¡porque la dignidad acumulada no se factura!
Volvió a levantar la cabeza y me hizo seña para que me acercara, fui muy despacito para no alborota sus ángeles, trate de tomarle la mano, pero estaban inertes y pesadas, un escalofrío recorrió toda mi espina dorsal, no quería que viera mi flojera y le dije, «te tienes que parar, no puedes dejarme sola, hay tantos cuervos volando sobre nuestra cabeza. Miro hacia la ventana y dijo,» ya no hay nada que hacer «, balbuceo que apenas le entendí y siguió hablando, cosas que no entendía.
De repente entra la pequeña de la familia y se inclina hacia delante, entonces movió sus brazos y le dijo «abrázame mi querer», se fundieron en un extraño abrazo, tan calado de despedida que se podía sentir la nostalgia, la niña no lloro, ni una lagrima rodó por su mejilla, en cambio yo derramaba lágrimas como un torrente inagotable de dolor y distancia.
Creo que esperaba también esa despedida, tantos años dando vueltas detrás de un retorno que volviera a unir lo que ya había desaparecido en su corazón. No soportaba verlo partir sin que me pidiera perdón por tanto sufrimiento causado, cuanto coraje y orgullo tragado, se iba a llevar todo eso en el viaje. Me cambiaba de lugar alrededor de su cama, esperando que despegara la atención de la jovencita y se fijará en mí. Pero él estaba absorto en esa niña tonta que ni mucho caso le hacía.
No fueron importantes mis movimientos, nada captó su atención más que su querer, yo una pieza más en su ínterin de vida ya sin valor, como siempre ignorada y ahora que se iba no tenía que esperar que cambiara, pero por lo menos una mirada para mí y me habría salvado del anonimato y la aridez de tantos momentos despreciada.
Me alejé con diez años más sobre mis hombros, lo dejé con su hija querida acurrucada sobre su pecho, aún con sus equipos cardiovasculares conectados, como tan conectados estaban ambos sumidos en ese abrazo que me lastimaba, porque no era a mí, ni ella era mi hija, sino solo suya.
Ocho horas más tarde sonó el teléfono, era su hermana y me dijo «se fue” …. Colgué sin decir palabras y vi su plateada sien alejarse para liberarme del dolor de medio siglo esperando que regresarás, pero nunca estuvo. Sentí un alivio bajar por mi garganta, cerré los ojos, sin tener muy claros mis sentimientos, en el fondo una sensación de alegría casi imperceptible resonaba en las entrañas.
Ahora que ya no está, es como si la viga que me hacía bajar la cabeza había desaparecido en el techo, soy consciente del daño causado a mi familia, probablemente nunca se recuperaran, pero me adelanto a decir que abriré mi capacidad de era mi mayor obstáculo, hoy liberada de las culpas y el resentimiento, veo la tristeza de mis hijos, me hago consciente del daño causado por no entender que en el amor no se manda y nunca fui su elegida, solo fui yo quien quiso mantener esa relación a pesar de las circunstancias.
A mis siete décadas, creo que puedo aprovechar el poco tiempo que me queda sin dolor, me resuena la nostalgia, porque no solo es un ejercicio de memoria, es un sentimiento que se posiciono en la vida por años. Entonces un día sabes que tienes que seguir caminando y salir del laberinto que te toco recorrer.
¡Siempre se puede recomenzar…!!!