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La Esperanza de Aisén se la Llevo la Migra

Por: Amalia Perez Mejia

Las mañanas estaban llenas de esperanzas, la esquina donde se apostaba el vendedor de frutas era un cruce constante de personas. El trabajo ya era obligatorio, pues la clientela llovía demandando la presencia de Aisén, un negro nacido en republica dominica que nunca había ido al país de origen de sus padres.

No tenía documentos que le acreditaban su nacionalidad, solo un carnet plastificado que certificaba que había participado en un curso de refrigeración en una institución de formación técnica profesional descentralizada. Guardaba el carnet entre dos cartones y luego en su cartera para que no se estrujara.
Ese día era prolifero y productivo, ya había tenido que mandar a comprar otra cantidad de frutas, pues la clientela había devorado la adquirida el día anterior en el mercado. Su pulcritud y limpieza que mantenía en toda el área, le había hecho popular entre los diferentes empleados públicos y privados que circulaban en el sector.

Aisén era un joven de 34 años que vivía con sus padres, aunque nunca había logrado la nacionalidad dominicana, tenía el anhelo de conseguirla para seguir estudiando, ya que solo había llegado a 8v0 grado, pues el sistema educativo no le facilito continuar porque debía presentar su certificado de nacimiento en ese grado y él no la tenía, aunque se sentía de nacionalidad dominicana, los demás lo consideraban haitiano.
Cuando tenía la oportunidad de expresar sus sentimientos a cualquiera que estaba dispuesto a escucharlo se refería con tristeza en el sentido de que por más esfuerzo que ha realizado, no le ha sido posible conseguir sus “papeles”. Soñaba con completar sus estudios e ir a la universidad y estudiar enfermería, “siento la necesidad de ayudar a tantos enfermos y poder brindarle un servicio de calidad”.
Cuando se refería a su interés en culminar una carrera profesional, se le iluminaba la mirada y erguía el pecho, su fuerza de voluntad le permitía levantarse cada mañana, para ofrecer con la mayor entrega y dedicación las frutas que manipulaba salubremente.
Estaba concluyendo la jornada para irse a casa, le esperaba su madre que no podía mover sus piernas gigantes producto de una inflamación parasitaria o elefantiasis que se le había desarrollado en su mediana adultez, de manera que era responsable del sustento de su familia. De repente una camioneta con un logo en los laterales que decía “Alcaldía”, se detuvo frente a su triciclo cubierto con un amplio paragua color marrón.
Las cuatro puertas del vehículo se abrieron al mismo tiempo y de cada una salió un policía municipal vestido de verde lima, agarraron el vehículo con todo y frutas para depositarlo en la parte trasera de la camioneta y sin medir palabras con el muchacho se marcharon a la velocidad de un rayo. Los consumidores de frutas que estaban en el momento presente, trataron de impedirlo, pero fue infructuosa la gestión.
Diez minuto más tarde, mientras Aisén todavía no salía del asombro llego la Dirección de Migración y monto a la fuerza al joven que se resistía a subir, tratando de explicarle a los agentes de migración que él no conocía a Haití, que no conocía a nadie en ese país, que se fijaran en su español perfecto, que no ignoren la claridad de su pronunciación, pero eso no impidió que lo tiraran dentro de un autobús parecido al que transportaba los judíos a los centros de concentración en la segunda guerra mundial.

El drama conmovedor de Aisén no concluyo en ese episodio, si no que fue dejado en mitad de Cite Soleil, uno de los sectores más pobres y peligrosos de Haití, se arrodillo implorando a los militares (que ya no eran dominicanos), que le permitieran regresar a república dominicana, saco su carne de refrigeración y se lo mostro a los guardias, uno de los agentes que masticaba como tres chicles juntos lo tomo, lo destrozo y se lo arrojo a la cara.
Desde entonces puedes ver un joven sentado bajo un árbol localizado en el museo del panteón nacional de Haití, que extiende su mano y en perfecto español te pide “dame algo para comer por favor”.

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