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Acompañando la soledad de una mujer tan sola.

 Por: Amalia Pérez Mejía

Mientras acompañaba a la vieja Juana en su lecho de muerte, hacía un recorrido por los senderos que ella me contaba que innumerables veces había caminado, estaba tan absorta en esos momentos que no me di cuenta que ya se había ido. Aunque no sentía su respiración seguí deambulando con mis pensamientos, llegando a incontables esquinas que doblaban la curva a otros caminos, ni más anchos, ni más estrechos, simplemente caminos.

Seguí pensando en el tránsito de su vida, haciendo paralelos con la realidad, se descubre que el infortunio de tan desdichada mujer, es coherente con otras personas que como a la difunta, la tristeza le ha ganado a la risa. Ella se colocó frente a frente al oscuro destino, haciendo más difícil sus días, pero ya no hay tiempo para averiguar el porqué de semejantes destinadas a las coincidencias, los pensamientos no daban paso a la racionalidad, el absurdo también se roba la calidad de las horas.

En esas curvas desprovistas de análisis se suele caer despiadadamente en el vacío y terminar boca abajo en el asfalto negro de la soledad, cuando la calidad de los pensamientos no se impone, al otro día duele más y las maltrechas heridas que nos hacían llorar inconsolablemente por varios días persistirán. Los años no tuvieron piedad con la cura, los vinagres amargos de la soledad acompañaron esos largos días de Juana que hoy se marcha con sus recuerdos.

La nostalgia que acarició la susodicha en su ascensión seguirá hasta la eternidad o quien sabe a dónde, porque lo cierto es que murió muy sola y dicen los sabios mayores, que cuando se muere solo es porque se ha tenido una mala vida; por eso no podemos afirmar que doña Juana subió al cielo. Nadie sabe cuál fue el autor o autora que provocó tantas heridas, lo que sí se sabe es que ella desapareció para siempre del entorno, se fundió en sus cuatro paredes y solo yo tenía acceso a su intimidad.

Ella me decía “solo los te de hoja de guanábana me hacían encontrarme en esos días de caídas”, “La vida es irónica y perversa hija, en ocasiones nos vuelven a poner frente a otros irresresponsables, volvemos a tener otros tipos de raspones, pero va pasando el tiempo y nos vamos quedando ya sin respuestas, sin recuerdos y sin memorias”.

“Lo que nunca hice fue volver a desandar los mismos caminos”, decía la vieja Juana, haciendo alusión a sus amores, “era paralizarse en medio de la curva para que un carro te atropellara y te arrastre una y otra vez”. Decía además que el amor es un recurso no renovable en las mismas manos, que un retorno inesperado puede afectar los recuerdos bonitos de muchos años, que no se siente lo mismo cuando uno ya tiene desteñido el pelo y flexibilizada la piel, ¡no es lo mismo!, afirmaba con energía.

En noches largas de desvelos cruzaba el pasillo que me separaba del apartamento de la noble mujer, me cautivaron sus historias bien contadas, pasaban horas hasta llegar el claro del día entre sorbos de té preparado por ella misma, escuchaba con atención cada palabra que murmuraba arrastrando la lengua, pero era tanta mi atención que entendía perfectamente lo que pronunciaba. Me fascinaba cuanto presumía de la firmeza de sus glúteos y las miradas que aglutinaba en cada paso, sincronizando con sus labios apretados el sonido de sus taquitos de aguja, que se enclavaban en las piedras de la calle sin asfalto.

Con la mirada fría y las palabras más cortas cada vez, daba inicio a un histórico relato que la transportaba a un viaje sin retorno en el tiempo, hablaba de las conquistas y sus incontables amores, quizás correspondidos o no, hacia un paréntesis señalando con el dedo. «solo fueron amores suspendidos».

Se cortaban las palabras como queriendo sacar sentido a cada expresión, murmuraba con estoicismo las frases, intentaba liberar cada momento que perturbaron su vida, era fácil confundirse en los sentimientos, pues podíamos quedar presas de su caudal apasionado y despedazarnos en sufrimientos. Juana no dejó muchas huellas, nunca tuve noticias de algún pariente, pero nada tampoco era importante, solo algunos libros y muebles ya carcomidos como ella.

Limpie el pequeño apartamento y lo entregue a los dueños, nadie se entristeció, nadie se inmuto cuando fue llevado el cuerpo en un carro fúnebre directamente a su última morada, sola estaba ahí entre los blancos sepulcro acompañando la mujer que el destino me había puesto al lado de mi casa y fui a darle el último adiós, me mire profundamente en ella, no entendí porque forme parte de sus misterios, me daba tanto placer acompañar la soledad de una mujer tan sola. Ahora comprendí que los iguales se atraen, también es mía su soledad.

Me fui caminando entre los muros que me separaban de tantas historias, me estremecí al pensar que era mi única compañía, también me he quedado sola…… y comenzó a rondar en mi cabeza aquella canción que recordaba al presidente Allende……

…….Qué vida quemada,
qué esperanza muerta,
qué vuelta a la nada,
qué fin…..

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