Opinión

Resiliencia, Agradecimiento o Destino, Nunca Sabremos

Por: Amalia Pérez Mejía

 Otra tarde como tantas en la  que el sol entraba por la ventana y el calor se hacía insoportable en el apartamento que compartía Anita con su amiga Luisa, era tarde de sábado y había que salir corriendo o morían calcinadas en esas cuatro paredes, además a las 3.00 pm, como cada sábado se va la luz y llega a las 7;00 pm,  entonces se había convertido en rutina ir a sentarse en el parquecito que había hecho la constructora en el residencial, solo dos bancos disponibles bajo dos frondosas matas de mango a esa hora, los otros tres estaban a pleno resplandor, entonces, había que pasar cuatro horas sentadas hasta que llegara la luz, en ese tiempo se contaban sus propias historias y las de otras personas.

¿De que hablemos hoy?, pregunta Anita, -de mí- responde Luisa e inmediatamente comienza a narrar lo que nunca le había contado a su amiga que se conoce desde el primer semestre de la Universidad. -Sabes que nací en la frontera, le dice, tengo dos hermanos, mayores que se iban de mañanita a recoger maíz con el vecino, yo me quedaba en casa de mi madrina ayudando con los oficios de la casa, fregaba los platos, lavaba los pisos, picaba las sazones con los que cocinaba mi madrina y exprimía dos docenas de naranja cada día para preparar el jugo de la familia que no podía faltar. Mi madrina era la más acomodada de la comunidad, expresa como con orgullo, su marido cambiaba pesos por gourde y viceversa en la línea de comercio, a quien también le lavaba y le plancha la ropa. ¿Te gustaba hacer eso?, le interrumpe Anita, sintiendo lastima por su amiga que con apenas nueve años tenía que asumir tantas responsabilidades y pensaba en su niñez que, a pesar de vivir en un campo, había corrido otra suerte, se la pasaba jugando y haciendo cualquier otro mandado, pero no pasaba de ahí, pues creció con el cariño de su padre y su madre.

-Bueno, le contesto pensativa, es que mi madrina me quería. ¿Y cómo tú sabes que tu madrina te quería?, vuelve a preguntar Anita, y Luisa continua como si no la escuchaba, ella me daba la ropa que dejaba su hija y me peinaba para que yo vaya a la escuela, cuando salía de la escuela me iba a mi casa y “pelaba los víveres” para la cena.  ¿y tu madre?, -mi madre veía la novela en casa de mi madrina.

¿Y todos los días era igual?, si, hasta que un día llego a la casa un hombre y le dijo a mi mamá que quería que yo fuera su novia. ¿Y cuántos años tenías cuando eso? -En ese entonces tenía 12 años. ¿Y qué pasó?, -me fui corriendo a casa de mi madrina y le dije lo que estaba pasando y ella me dejó quedarme en su casa. Mi madre, aunque vivía cerca, no me busco, hasta que dos años más tarde mi madrina me envío al pueblo a casa de una hermana suya para que le ayudara a cuidar los niños y ahí me quede hasta que termine el bachillerato, ya para esa fecha había cumplido 17 años.

Fue así como Anita conoció a su amiga quien emprendió camino hacia la capital para otra casa relacionada a la hija de su madrina que se había ido a vivir a Curazao y aunque continuó haciendo oficios en esa casa decidió inscribirse en la universidad, estaba decidida a cumplir su meta, graduarse de economía como una americana del cuerpo de paz que pasó días en casa de su madrina, mientras realizaba un proyecto de autogestión en una cooperativa de la comunidad. Así fue como Luisa decidió seguir su sueño y aunque no fue fácil para ella, logró graduarse en la Primada de América. Finalmente, estaba allí levantando su mano derecha haciendo el juramento frente al rector. Ella no lograba creer que estaba viviendo ese momento y las lágrimas comenzaron a brotar de sus “achinados” ojos, no tenía motivos para llorar, pensaba, pero un caudal indetenible de lágrimas segaba su mirada y levantaba las manos en señal de victoria. ¡Pero estaba ahí tan sola, tan una como siempre, pero tan decidida como nunca!!!

Segura que había llegado el fin de la penitencia, ¡ya me gradué!, el pecho se iba irguiendo poco a poco, se veía más alta, un brillo emanaba de su rostro, era un misterio lo que había acontecido, esa mujer de diminuta figura y tez oscura, no solo había crecido, sino que también brillaba su piel de ébano.

La vida no es tan fácil, ¿ser resiliente o tener un corazón agradecido?, no sabemos realmente el acontecimiento con exactitud, hoy Luisa desde su despacho habla de quienes le tendieron las manos, por supuesto recuerda con cariño a su madrina, aunque nunca volvió a visitarla.  solo algunos sentimientos y resentimientos arraigados que hay que trabajar. La amargura del destino no siempre se puede erradicar, aunque el éxito haya alcanzado el punto más elevado del pico, los afectos de la convivencia familiar marcarán nuestras vidas para siempre.

El Psiquiatra Boris Cyrulnik explica que una persona resiliente se va haciendo en el transcurrir de su vida, lo que quiere decir que tienen que luchar cada día con las adversidades y el fracaso sin ser vencido. Habla de que las frustraciones han permitido el desarrollo de habilidades para enfrentar los retos que le ha puesto la vida, de esa manera Luisa puede contar con conciencia que sus adversidades fueron sus mejores armas para el cumplimiento de su meta. Pero no ignora sus debilidades y sus limitaciones, reconociendo que su protección conlleva una coraza que le ha permitido sobrevivir en las diferentes circunstancias, ahora mira con objetividad cada recurso que posee y lo potencia en su conquista.

“Hay personas que son resilientes porque han tenido en sus padres o en alguien cercano un modelo de resiliencia a seguir, mientras que otras han encontrado el camino por sí solas. Esto nos indica que todos podemos ser resilientes, siempre y cuando cambiemos algunos de nuestros hábitos y creencias”. Boris Cyrulnik

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