
A pesar de contar con instituciones dedicadas al rescate y la emergencia, nuestra nación no posee los equipos ni el personal suficientemente entrenado para enfrentar situaciones de esta envergadura.
Viernes 11, abrir 2025, por Kelvin Isidro Valdez
Santo Domingo, RD – El 8 de abril de 2025 es una fecha que quedará grabada en la memoria de todos los dominicanos como uno de los días más oscuros de nuestra historia reciente. La discoteca Jet Set, símbolo de alegría y celebración por décadas, se convirtió en un escenario de horror y luto tras el colapso de su techo durante un evento masivo en público. Más de 200 vidas se perdieron perdidas. Cientos de familias quedaron marcadas para siempre. La música se apagó, y en su lugar solo quedó el sonido de los gritos, el llanto… y el silencio de la impotencia.
Entre los fallecidos, hay rostros conocidos y queridos por el pueblo: el legendario Rubby Pérez, ícono del merengue; y los exbeisbolistas Octavio Dotel y Tony Blanco. Pero también murieron jóvenes que soñaban, madres que bailaban con sus hijos, amigos que celebraban una noche cualquiera. Porque el dolor no distingue fama ni clase social. Nos tocó a todos.
Lo más desgarrador de esta tragedia no es solo la magnitud de la pérdida, sino la certeza de que muchas de esas muertes pudieron evitarse. A pesar de contar con instituciones dedicadas al rescate y la emergencia, nuestra nación no posee los equipos ni el personal suficientemente entrenado para enfrentar situaciones de esta envergadura. Lo que debió ser una respuesta rápida y eficaz, se convirtió en un caos desorganizado, con rescatistas haciendo lo posible… pero con las manos prácticamente atadas.
Pero no todo el peso recae en el Estado. Esta tragedia también expone la irresponsabilidad de muchos empresarios del entretenimiento, que priorizan el dinero por encima de la seguridad de sus clientes. ¿Cuántas veces se ha permitido sobrepasar la capacidad de los locales? ¿Cuántas estructuras están deterioradas, pero siguen operando porque “hay que facturar”?

Los dueños de estos espacios de diversión deben entender que no se trata solo de vender entradas o generar ingresos. Se trata de vidas humanas. De padres que no volverán a casa. De hijos que quedaron huérfanos. La prevención no es un gasto: es una inversión en dignidad, en respeto, en humanidad.
¿Dónde están los protocolos de evacuación? ¿Dónde están los simulacros? ¿Dónde están los mantenimientos estructurales periódicos? No podemos seguir permitiendo que el afán de lucro pese más que la vida.
Es momento de reflexionar. Esta tragedia debe dolernos, no solo por lo que fue, sino por lo que revela: un sistema de emergencia ineficiente y un sector empresarial que, en muchos casos, opera con negligencia y desprecio por la seguridad. No podemos permitir que los nombres de los fallecidos se queden solo en noticias o redes sociales. Ellos deben convertirse en un llamado de conciencia.
Ya es tarde para quienes murieron bajo los escombros del Jet Set, pero aún estamos a tiempo de cambiar el rumbo. El Estado tiene la responsabilidad de prepararse, de equiparse, de prevenir. Y el sector privado, la obligación moral de garantizar entornos seguros para sus clientes. Porque cada minuto perdido en un rescate, cada estructura mal mantenida, es una vida que se apaga. Ya no podemos seguir perdiendo vidas que se pudieron salvar.