Opinión

Anécdota de mi vivencia en la izquierda

Por José Bujosa Mieses

Cuando una patrulla de la Policía Nacional -Cascos Negros- asesino al profesor del Liceo Nocturno Eugenio María de Hostos, Eladio Peña de la Rosa, la noche del 27 de octubre de 1969 yo era Secretario General del Grupo Estudiantil Universitario FRAGUA-
Antes había sido líder estudiantil de la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UER) en ese liceo donde tuve el privilegio de tener al profesor de la Rosa como uno de mis profesores.
Les confieso que sentí una profunda pena y dolor por la muerte del ilustre maestro.
Al día siguiente me entero por la prensa que sus restos estaban siendo velados en su residencia del Ensanche Ozama. Entonces voy donde el profesor Rodríguez Chiapini y le solicito su vehículo para ir al funeral del profesor.
De inmediato me dirijo en dirección al Ensanche Ozama, cruzando el Puente Duarte observo un carro fúnebre con varias coronas en su techo y una autobús detrás lleno de dolientes en los que habían militares.
Pienso que podía ser el funeral del profesor y le grito a los que van en la guagua si se trataba del entierro de Peña de la Rosa obteniendo una respuesta positiva. Doy una vuelta y me sumo al carruaje fúnebre que va en dirección al Cementerio Nacional de la Máximo Gómez.
Ya en el Campo Santo localizo la tumba donde iban a ser depositados los restos del maestro cuyo restos se encontraban en la capilla del cementerio recibiendo una misa de cuerpo presente.
Cuando se acercan los deudos, civiles y militares con el ataúd para ser depositado en la sepultura, ya yo estaban colocado en el lugar estratégico para pronunciar el panegírico.
Al instante de procederse al entierro de los restos yo inicio el panegírico con las siguientes palabras.
Señores, familiares y amigos del ilustre profesor Eladio Peña de la Rosa, vilmente asesinado…observo un movimiento inusual entre algunos militares que proceden ha desembolsar sus armas de reglamento con sus miradas de odio fijadas en mi. Sin pensarlo dos veces corrí como una liebre entre tumbas y cruces bajo una lluvia de balas.
Les confieso que con el corazón en la boca me detuve en la calle Padre Castellano con la camisa raída y la mente bien confusa ya que hasta ese momento desconocía la reacción agresiva que habían provocado mis palabras entre los militares y deudos del difunto.
Al otro día al leer la prensa encontré la respuesta al enterarme que el entierro del profesor de la Rosa no se había producido y al indagar quien era el difunto del referido incidente ¡Vaya sorpresa! al enterarme que se trataba de un sargento de la Policía Nacional -creo que de nombre Vilomar- que fue ultimado, por un Comando Clandestino del MPD, la misma noche que ocurrió el crimen del profesor Eladio Peña de la Rosa. Moraleja: Quien no investiga no solo pierde el derecho a la palabra, sino que podría perder la vida.

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