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El Miedo no es a que te Vayas, si no a que yo me Quede

El Miedo no es a que te Vayas, si no a que yo me Quede

Por: Amalia Perez Mejía

“Muchas noches de insomnio y de culpas esperando la serenidad de tu alma, más que la mía, caminando en senderos angostos al filo del precipicio, quién ha dicho que yo pueda enderezar tu pescuezo tantas veces retorcido”. Con una tranquilidad venida de quien ya tiene claro su destino, habló Marisol a su marido, sentado en un amplio sillón con las piernas abiertas y una sonda que salía de la bragueta de unos pantalones cortos color azul.

No importaron las veces que tropezamos con tantas piedras en el camino, muchas veces las recogí para que no te hirieras y me hacía indiferente ante tus oscuros tránsitos en tantas noches que me quedaba engañando, no sólo a nuestros hijos, sino también a nuestros amigos y familiares cercanos para preservar tu integridad de hombre fiel que respetaba tus principios.

Fingía que tú estabas de viaje trabajando, cuando en realidad estaba de parranda con gentes extrañas a las que nunca conocí, ni me interesaba conocer. Seguía cuidando la empresa que tanto descuidaste para que no pasáramos hambre. Cocía en las noches tarde, para que mi corazón no volará y explotara como polvo de estrella

El hombre indefenso se retorcía del dolor, intentó hablar, pero ella se lo prohibió con energía. ¡No, no hables ni media palabra!, solo yo voy a decir lo que en casi cuatro décadas no he dicho, en esta noche quiero hablar, ya he soportado demasiado tus palabrerías haciéndote creer que me has convencido, nunca te hice ni un reproche, solo para aparentar que somos felices.

He cargado esta cruz por orgullo, para que tus tantas amantes no se enteren de lo amargada que me he vuelto en esta mala relación a la que ya no quiero ocultar. Ya no me quedan lágrimas para llorar, ya me corono la paciencia y decidí que esta es mi noche de desahogo.

El hombre cabizbajo, trato ponerse de pie, pero la esposa no le permitió pararse y con un empujón lo volvió de nuevo a la silla, ¡no te muevas de ahí carajo!, ¿no ves que te estoy contando casi cuarenta años de dolor, dime si de algo te recuerdas?, oh, nada recuerdas y te lo voy a refrescar:

Recuerdas las veces que cociné esmeradamente para ti y dejaste la comida en la mesa, sin probar siquiera un bocado. ¿Recuerdas las veces que me llamaste por teléfono para que me cambiaras con mi mejor vestido que íbamos a ir juntos a ver una función en el teatro? y me quedaba esperando hasta las dos y las tres de la mañana. ¡No lo recuerdas macho!

Siempre llegabas en la madrugada para que tus hijos no se dieran cuenta de tu embriaguez, yo ahí tapando tu insensatez. ¡Que macho haz sido Mariano, que Machote! Ahora dime con qué pito vas a seguir tus conquistas, cuántas mujeres “cogerás” ahora, ¡muéstrame tu poderosa pinga!, arruinada con tus largas caminatas, ahí está la evidencia. Le zarandeaba por los hombros, pero el hombre continuaba callado.

Ahí está la muestra, repetía pensativa con el rostro desencajado, pero sin lágrimas, un cáncer de próstata, una cuenta bancaria en cero, nuestra casa hipotecada, nuestra empresa quebrada. Nuestro único hijo en la cárcel acusado de violencia de género, una hija en Curazao, tu sabes haciendo que y otra con dos muchachos aquí en nuestra casa, eso es lo que merecemos, tú por sinvergüenza y yo por apoyadora!.

¿Dime ahora qué hacemos, darte ternura cuando tú hace veinte años que no tocas mi cuerpo, llevarte cada semana a darte las radioterapias al hospital, eso es lo que tú quieres que haga?, que escuche tus alaridos cada vez que te dueles mencionando mi nombre. ¡Dime que quieres que haga!, fue el único momento que le tembló la voz.

Silencio, la mirada hundida en un rincón de una pared diluida por el tiempo, las manos encima de cada pierna, la cabeza casi rozando las rodillas. Ahí estaba involuto, insípido, disminuido, casi sin latidos, ahí estaba el hombre que había conquistado tantos corazones.

Ella indecisa tomó su cartera y una bolsa grande de las que dan las tiendas de ropa de marcas, asió ambas cosas y se paró en la puerta mirando la oscuridad de la noche y dijo entre dientes, pero que el alcanzo a escuchar “el miedo que tengo no es que te vayas, si no a que yo me quede”. Se marchó, se fue caminando despacio y él se paró en la ventana a ver como se la iba tragando la carretera, hasta que se perdió en la lejanía.

Así concluyeron cuarenta años de historia…….

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