Dic 23, 2024. Marcelo Caruso Azcárate
Latinoamérica. Si una persona analista crítica de los años 60 tuviera la posibilidad de reencarnarse en esta época,
quedaría desconcertada. Lo primero que buscaría entender sería si se mantenían los determinantes
sociales y políticos de su época, y cuáles había que reinterpretar. Haría un análisis de época. Tendría
que entender por qué se había derrumbado desde adentro el entonces llamado campo socialista,
por qué su deformación burocrática, y por qué quienes aprovecharon su caída, los globalistas
neoliberales, perdían el gobierno en los principales países capitalistas, y en lugar del proteccionismo
progresista de Keynes surgía un proteccionismo nacionalista de extrema derecha autoritario y con
visos neofascistas.
También analizaría con curiosidad para qué estaba sirviendo el entonces democrático equilibrio de
los tres poderes, sobre todo cuando -como gran novedad- el ejecutivo era ganado electoralmente
por un gobierno progresista y de izquierda, y qué pasaba cuando esa izquierda progresista lograba
conquistar los tres poderes históricamente controlados por las clases dominantes del mercado. Vería
que si ganaba solo el gobierno -como pasó y pasa en la mayoría de países de América Latina-, de
inmediato tendría a los otros dos poderes en contra frenando sus intenciones de cambios. Y que, si
ganaba dos o tres de ellos, de inmediato le caía un bloqueo económico o una invasión confirmándole
que había sido equivocado -o muy interesado- el pensar y actuar separando la economía de la
política. Observaría que mientras algunos de estos gobiernos resistían buscando apoyo popular,
otros tendían a refugiarse en adaptación al modelo tradicional y no faltaba el que lo hiciera con
resistencias de visos neoestalinistas alejadas de sus pueblos. Y así lograba comprender lo que le
había escuchado al presidente colombiano: “con bloqueo no puede haber democracia” (electoral
delegataria).
Podría observar que quienes se oponían al poder hegemónico económico y financiero, que antes
llamaban imperialismo, eran un grupo de países de opuestas ideologías pero con intenciones de
dejar de depender de la hegemonía del dólar. Y se sorprendería cuando le informaran que algo
parecido había intentado hacer la Europa Unificada con su euro y terminó derrotada. Escucharía con
ingenua alegría en las noticias que la ONU había votado casi unánimemente por levantar el bloqueo
a Cuba -que en su época se sustentaba en que era una revolución comunista que se comía niñospero al ver el genocidio en Gaza se desordenaría su esquema del nuevo orden mundial que estaba
tratando de comprender.
Si esta persona fuese colombiana, encontraría muchas continuidades y también novedosas rupturas.
Se asombraría por el regreso de una ultraderecha apoyada en las economías ilegales, con una
izquierda que llega al gobierno por primera vezfraccionada en múltiples estructuras electorales muy
distintas de su ideal de un partido unificado, y se confundiría con la cantidad de nuevas sujetas y
sujetos –tendría que aprender el español incluyente- socio políticos y ambientales que cuestionan
al sistema.
Comprendería que vive una época de transición con un objetivo final no muy definido, donde la
disputa en los territorios -concepto que tuvo que aprender- es prioritaria, que los que creía eran
campesinos resultaron los habitantes originarios, que los esclavizados tenían una lideresa
vicepresidenta, que la paz se había firmado pero no la dejaban implementar, y que la soberanía
nacional estaba subordinada a un mercado mundial financiarizado que buscaba flotar por encima
de los países.
Finalmente, y a propósito de la Inteligencia Artificial, preguntaría por la construcción
de conciencia, por el hombre nuevo -le costaría aún incluir a la mujer- que proponía el Che Guevara
y recibiría miradas piadosas de lado y lado. Se reconocería, entonces, como acontista, recordando
aquella bella poesía de León de Greiff, otro olvidado. “Nada más y nada menos”.