Literatura

Avelino Stanley y El fabricador de presidentes.

Por Miguel Solano/Escritor

No es sólo lo que Avelino cuenta, es lo que el lector se imagina de lo que Avelino no cuenta. El proceso de su lectura te conduce a imaginar que el Obispo traslado al padre Jesús María porque al momento de violar a los estudiantes no mostraba suficiente agresividad. Su iglesia y su colegio estaban en Villa Juana y de ahí fue enviado a una abandonada comunidad de Moca. El padre no pudo defenderse porque las evidencias mostraron que dejó, en algunas ocasiones, que algunos inocentes se les escaparan: ¡Un dolor para la Iglesia! Y eso enfado enormemente al Obispo.

El Obispo les ordenó a sus sacerdotes que les enviarán un informe detallado de las violaciones sexuales cometidas a los niños y a sus inocencias. Pero no se confiaba y en cada iglesia y colegio tenía espías que les verificaban la autenticidad del informe.

Al recibir el informe, siempre les reiteraba que eran muy importantes los detalles de la verdad, pues al Vaticano le encantaban esas cosas. Había que detallarles cómo eran los gritos de los niños, confirmarle si en su casa se habían enterado y cómo reaccionaron. Y muy importante, quizás lo más importante:Indicarle cuándo el niño estaría disponible para otra misa y asegurarle cuándo el niño podía ser enviado al Opisbo, para su largo deleite.

Más o menos como Avelino lo cuenta: El padre Jesús María, obligaba a los niños a tener un himnario, que aunque era el mismo, siempre había que comprarlo cada año. Al pasar por delante del estudiante le preguntó por su himnario.

El estudiante, que se sabía todos los poemas, respondió que lo llevaba en la mochila. El padre le ordenó que lo sacara y cuando vio que era viejo, le dio un campanaso en la nuca que el muchacho rodó y tuvo que ser hospitalizado…

En la tarde buscó al estudiante y fue a llevarlo a su casa. Cuando llegó descubrió el milagro: Era una familia indefensa. Una madre enferma, tirada en un catre. En ese rancho de una habitación vivía con sus cuatro hijos. El padre vio el escenario perfecto. Aquel adolescente podía ser violado y controlado sin temor a denuncias. Le dijo al muchacho y a su madre que le exoneraria la matrícula, pero que tenía que llegar temprano y limpiar las aulas:¡ganarse el favor¡.

Cuando el estudiante sudaba su matrícula, solo en la escuela, llegó el infierno y su mandarria.

El aula escuchó su acento español, sintió su diabólico olor a tabaco y su apetito por inocentes: El padre tranco la puerta, le colocó una silla, se sentó en ella y le ordenó al muchacho que se sentara en sus piernas…

El laborioso estudiante quedó convertido en «¡Violado Controlado¡», como le encantaba al Obispo. Y como era de esperar, años después, el estudiante encabezaba la lucha por «el derecho a la vida»

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